domingo, 18 de febrero de 2018

El cáncer (nacionalista) no se cura con aspirinas (judiciales)

Mi opinión la he dejado ya más que clara en este foro: el nacionalismo es un atavismo neolítico, un palo entre las ruedas que ralentiza el progreso de la humanidad como lo hacen el resto de supremacismos: el racismo, el machismo... Porque el nacionalismo es simple y llanamente eso: supremacismo paleto, supremacismo de aldea cuyo único argumento y sustentación es que los nacionalistas consideran que no hay nada más confortable que su zona de confort. Y punto. Se acabó. Eso es todo. Esa simpleza, esa idiotez infantil es su único baluarte moral e ideológico. Qué bien se juega en casa, qué gusto da todo, qué rica la comida, sin sorpresas ni ingredientes desconocidos. Qué agradable entenderlo todo, coger todos los chistes, comprender todos los argumentos. Qué confortable, en resumen, es la zona del propio confort. La mejor, de largo y sin matices. Algo que hay que defender a toda costa, cuidando su pureza y evitando contaminaciones. Algo sobre lo que hay que cerrar filas, pie en pared, siempre y a cualquier precio, sin abrir la mano jamás a nada que pueda suponer mestizaje o pérdida de autonomía.
¿Cómo se dice en catalán —o en vasco, o valón, o en la legua que queráis— America the first?
Pues eso.
Dicho lo anterior, algo que es como mínimo igual de meridianamente obvio es que “tener razón” apenas es un dato, un punto de referencia. Un argumento imprescindible, sin duda; pero incapaz de cambiar por sí solo la realidad. Y al resto de supremacismos me remito para corroborar tal evidencia: ¿es o no algo aceptado que el machismo es una secuela de la sociedad patriarcal que dominó el planeta durante los últimos tres milenios, un vicio anacrónico superado por la historia… y al mismo tiempo una pesadilla actual y demoledora que aún nos atenaza? El racismo es una inculta simpleza que no se sujeta, y ya no hay regímenes nacis ni apartheid en vigor. Pero ¿no perdura el latido racista por doquier, como un bicho tóxico aguardando escondido en los resquicios de todas las sociedades, listo para saltar a primer plano en cuanto la situación lo propicia?
El nacionalismo es un mal de naturaleza emparentada a los dos supremacismos citados en el párrafo anterior y de peligrosidad cuanto menos equiparable. Acaso sea el responsable de más muertes que nadie en este planeta, incluidos los sesenta millones de la última Guerra Mundial. Pero esa evidencia no resuelve nada, y las estrategias empleadas para combatirlo, al menos en España y durante los últimos cien años, han sido patéticas, consiguiendo únicamente darle motivos para enrocarse, crecer y hacerse más fuerte.
Me parece que, antes de seguir, se hace imprescindible una reflexión seria respecto a lo que no es nacionalismo, para que nadie se lie y se crea que estoy dando por bueno el nacionalismo de los estados oficiales —España, Francia, Alemania, etc.— y llamándole “nacionalismo”, en sentido peyorativo, a sentimientos equivalentes pero que conciernen a no-estados como Catalunya, Euskal Herria, el Kurdistán o el Tíbet. Nada de eso.
A todos nos gusta lo nuestro. Es lo que conocemos y hacia lo que sentimos mayor vinculación. Yo a mi Sierra de Guadarrama, a Madrid, España y Europa, por ese orden. Mi mujer a Salvador de Bahía, el Nordeste brasileño, Brasil y Sudamérica, y cada cual a sus respectivas equivalencias. Al nacionalista no es que le pase eso, como a todos, sino que además traza una raya muy muy gorda que delimita de forma drástica e irreductible el universo, de forma que sus afectos y afinidades se concentran enfermizamente a un lado de esa raya, sintiendo hacia todo lo que cae del lado de fuera apenas una tenue y difusa simpatía… y muchísimo recelo.
Pensemos en los ideólogos basales de la actual Unión Europea ¿Alguien cree que Winston Churchill no era profundamente inglés, Konrad Adenauer profundamente alemán y Charles de Gaulle profundamente francés? ¿Os imagináis a Churchill prefiriendo el champán al té, o a Adenauer despreciando la cerveza frente al vino? Obviamente todos conocían bien y amaban a sus respectivas patrias. Pero ni por lo más remoto consideraban ese justificado amor filial un argumento para odiar al vecino y para anteponer a toda costa el bien de los suyos, fueran cuales fueran las consecuencias para el resto. Ellos, como tantos desde entonces —yo incluido— no sentían en absoluto peligrar su identidad por el hecho de estrechar al máximo los vínculos con los vecinos, hasta acabar alumbrando algo parecido a unos Estados Unidos de Europa —son sus palabras— Y estoy convencido de que si no se atrevieron a decir algo así como “…hasta que en un futuro los Estados Unidos de Europa se integren en los Estados Unidos Planetarios”, no fue porque no lo intuyesen o deseasen, sino porque seguramente les pareció algo demasiado lejano y que era mejor no poner sobre la mesa de momento, para que la gente no se marease y huyera.
Habrá nacionalistas que me digan que firmarían todo lo que se dice en el párrafo anterior, pero que plantean su integración europea y planetaria desde el marco de sus respectivos estados —catalán, vasco, etc.— y no desde el estado español ¿Qué diferencia habría? Es un argumento ingenioso… pero falaz. Es ridículo decir que para dejar atrás un supremacismo, primero me apunto a otro, más o menos equivalente, y desde ahí, escapo. Es como si un alcohólico te dice que para dejar el alcohol primero se va a pasar a la coca, y que después la dejará, resolviendo así su problema con la botella. España, Francia, Alemania, son realidades históricas cuyo único natural y razonable destino es su desintegración hacia arriba, al plazo que sea; pero jamás empezando por dar un paso atrás, hacia la balcanización medieval que nos precedió ¿Para qué? O dejamos de beber e intentamos hacer otras cosas o continuamos la juerga mientras el hígado aguante, que no será mucho. Pero intentar venderle la burra a nadie de que la salida se encuentra en la puerta de atrás, es ingenuista o falaz. No me vale.
Ni que decir tiene que reinventarse la historia para argumentar que la creación de esos estados neobalcánicos no es sino la restitución de un antiguo estado de las cosas es una falacia aún mayor. Claro que hay mucho burro suelto que puede morder el anzuelo, pero quiero creer que el nivel cultural medio tiende a aumentar, y que el actual acceso universal a la información puede ayudar a ello. Y el que quiera que mire un poco, que la evidencia salta a la vista: jamás existió Euskal Herria, y pretender que el reino medieval de Navarra fue algo equivalente es una idiotez similar a decir que el Califato de Córdoba, o la Tartesos de Argantonio fueron los antecedentes de la actual Andalucía. Y tampoco, señores catalanes, hay quien sujete que la guerra de sucesión que libraron las potencias europeas en estas tierras hace trescientos años fue una contienda entre Cataluña y España. La verdad es que lamento que ganaran los Borbones, y creo que de haberlo hecho los Hasburgo nuestra historia —y la de toda la humanidad— podría haber sido distinta y mejor. Pero el reino de Catalunya, como el de Euskal Herria, tan solo son creaciones literarias, equivalentes a la Ínsula Barataria; o a la Isla Utopía, como acaso prefiráis, que no es lo mismo, pero es igual.
Dicho todo lo anterior, y lo anterior de lo anterior, incluidas las cien entradas que ya acumulo en este blog, podría venirme quien quisiera y decirme que apenas soy un chavalote con limitada cultura que pontifica desde su púlpito particular, pero que no le llega intelectualmente a la suela de los zapatos a decenas y decenas de sabios nacionalistas de todas las condiciones, catedráticos de historia, de derecho, gentes que han dado siete vueltas al mundo y que me sacan dos ceros en cociente intelectual ¿Si? Pues me voy a revolver contra esa razonable argumentación.
Cuando digo que el nacionalismo es un atavismo neolítico que lastra a la humanidad no estoy diciendo que los individuos nacionalistas, a título particular, sean idiotas, ni muchísimo menos. Digo que esa línea ideológica, al margen de lo bien que se venda y de quién la venda, es algo rancio y dañino. Algo que quiero considerar demodé… acaso con cierta licencia buenística por mi parte, queriendo creer que la humanidad ha avanzado algo desde la Ilustración hasta aquí.
Me apoyaré de nuevo en los otros dos supremacismos que estoy empleando como muletas especulares: el machismo y el racismo.
Como biólogo que soy, admiro desde lo más profundo de mi ser a Charles Darwin, que no se inventó ninguna teoría ni promulgó ninguna ley, sino que, simplemente, tuvo la perspicacia suficiente para entender algunas de las claves básicas de porqué los seres vivos que vemos son lo que son. La evolución no es una hipótesis, es la formulación de una realidad, equivalente a la gravedad o a la esfericidad de la Tierra. Pues bien, mi amigo Charles era machista hasta la nausea, considerando a la mujer una especie de hombre imperfecto e incurablemente inferior, tanto física como intelectualmente ¿Debemos por ello denostar a Darwin? O peor aún, ¿tenemos que reconsiderar nuestra opinión respecto al machismo, dado que un biólogo tan preclaro lo era abiertamente? Pues no, y no: Darwin fue un iluminado; pero como hijo de su tiempo, cargó con ideas que hoy en día ya están superadas. Y punto.
¿A alguien le cabe la menor duda respecto a que Jesús de Nazaret era total y profundamente machista? ¿Y cómo iba a ser de otra manera, viviendo en el patriarcado global de la Antigüedad? ¿Debemos en consecuencia mirar con recelo la figura de Jesús… o tocará reconsiderar lo de si el machismo tiene o no cierto sentido?
Como ya recordé en este foro, George Washington tenía centenares de esclavos en sus plantaciones de tabaco ¿Toca considerarle un monstruo, o justificamos la esclavitud (y el tabaquismo)?
Que no, que me da igual si Puigdemont habla siete idiomas o si le dan el premio Novel a algún gurú del procés: sus talentos seguirán siendo suyos aunque profesen una doctrina perversa; y respecto a lo perverso de la doctrina en cuestión, me remito a lo que llevo escrito.
Bueno, pues todo lo anterior, y lo digo en serio, no era sino la intro. Ahora viene la chicha de la cosa: ¿Cómo es posible que llevemos tantas y tantas décadas haciendo tan mal las cosas en relación con los nacionalismos en España?
El franquismo, también lo he dicho ya aquí, fue una teocracia fascista. Lo último de lo último en Europa a mediados del siglo pasado. Nada original; pero tampoco buenas noticias para los ciudadanos/súbditos a los que les/nos tocó en suerte. Y con respecto a los nacionalismos periféricos, su criterio básico fue sepultarlos bajo el nacionalismo centralista de la España Una, Grande y Libre. Algo así como sorprender a tu hijo en medio de una pelea y sacarlo de allí a hostias para explicarle que no se pega ¡Que no se pega…! (y toma porrazo), ¡pedazo de burro! (otro porrazo), ¡Más respeto! (y otro más). Además, y en paralelo, el franquismo supo valorar el talento y la tradición emprendedora de ciertas áreas de la geografía patria (el Levante, Vascongadas, Cataluña…), e invirtió en ellas facilitándoles las cosas, porque esa complicidad suponía generación de riqueza —cosa que no le venía nada mal a la España Imperial– y porque calmaba las turbulencias locales: cuando hay dinero, toda reivindicación pude dejarse para luego.
Machacar territorios, sepultando sus señas de identidad, y contribuir al tiempo a su prosperidad, no parece una estrategia brillante para diluir aspiraciones nacionalistas. No sé muy bien que creían los jerarcas de turno que estaban construyendo, pero lo que resultaron fueron territorios más desarrollados y más justificadamente reivindicativos que el resto. Buen coctel.
Se acabó el franquismo. España tenía que reinventarse… y ahí teníamos el grano en el culo de los territorios más apaleados, y al tiempo más ricos ¡Ay, que se nos van…! ¡Ay, que habrá que darles lo que sea para que quieran seguir siendo del club…! Dicho y hecho: privilegios por aquí, cuponazo por allá, transferencia de educación (que con el criterio de “café para todos” acabó siendo urbi et orbi), ley electoral sesgada y tendenciosa para que pesasen más de lo que realmente pesaban, manga ancha para lo que fuera… e ¡la, voilà…! ¿Se apaciguaron las ansias independentistas? ¡Antes al contrario!: cogieron más brío. Y en esa piedra, tozudamente, tropezaron con el mismo garbo Suarez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero, Rajoy… todos igual de torpes e igual de cobardes: ¡Ay, que se nos van…! ¡Ay, que habrá que darles lo que sea para que quieran seguir siendo del club…! ¿Qué se nos van a dónde, almas de cántaro? ¿Qué se nos van cómo y a qué? No tenían opciones, su paja mental llegaba ciento cincuenta años tarde (fue entonces cuando se inventaron las actuales Italia o Alemania), pero nuestros preclaros y cobardes dirigentes no repararon en ello y alimentaron el monstruo a sus pechos… hasta que éste terminó despertando y arrancándoselos de una dentellada. Qué cuento más bonito.
Y ahora, ¿qué? La última y brillante idea de nuestro actual presidente es “mirushté, que se cumpla la ley”, y meterles a todos en la cárcel ¿No están incumpliendo flagrantemente la ley? Pues a la cárcel y resuelto el tema. Ciertamente, a los golpistas se les fusilaba al amanecer, de modo que lo de la cárcel, como se hizo con Tejero, pudiera parecer casi una solución humanitaria. Pero Mariano ¿te has dado cuenta de cuántos son, infeliz? ¿A cuántos independentistas piensas meter en la cárcel, pedazo de burro? ¿A los dos millones declarados que ahora mismo son? (la población total de Cataluña, contando a todos, es siete millones, de modo que dos millones son muchos pero no llegan a la tercera parte, no nos hagamos líos). Habría que construir campos de concentración mesopotámicos para acogerlos, y el mundo entero se nos tiraría encima llamándonos de todo, con razón. No, sin duda esa no es una opción.
¿Y entonces…?
Vamos a ver, es obvio que hay que cumplir la ley. Pero las leyes han de estar al servicio de la sociedad, y no al revés, y cuando dejan de funcionar, hay que cambiarlas. Si no se hubieran cambiado las leyes seguiría habiendo esclavos y las mujeres no podrían votar. La sociedad evolucionó, maduró, superó prejuicios e ignorancias y se cambiaron las leyes para dar cauce de normalidad a los comportamientos que habían pasado a ser considerados normales. Toca hacerlo otra vez.
Ojito: ni por lo más remoto estoy proponiendo retorcer las leyes para contentar a los que se las saltan. No se trata de premiar a los tramposos, sino de quitarles los argumentos para ponerlos en evidencia. Y, por supuesto, cambiar las leyes aplicando la ley, sin hacer trampas, como los nacionalistas catalanes nos tienen acostumbrados al más puro estilo Groucho Marx (“Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”), sacándose de la manga, con unas mayorías exiguas y circunstanciales, leyes que se autodefinen como supremas y absolutas, por encima de cualquier otro marco jurídico humano o divino. No, así no, en serio.
Cambiar las leyes a saco, sin miedo. Empezando por preguntarles a todos los españoles si quieren monarquía o republica, estado central, federal o confederal, etc., etc., etc. Luego, habría que consensuar de qué se encarga cada quien, blindando para siempre competencias… y en mi opinión, el Estado, además de la representación internacional, jamás debería abrir la mano de cosas como la sanidad o la educación, para garantizar la igualdad real de todos. ¿Cuál es el problema? Recuerdo bien los pavores de la España de mediados de los setenta. Aquello era como la casa de Bernarda Alba… solo que quien se había muerto era precisamente Doña Bernarda, y el miedo al caos y el desamparo lo teñía todo ¿Y qué paso? Pues nada malo: la gente votó, se pactaron nuevas reglas y todo el mundo se dedicó a lo suyo, haciendo que la cosa tirara globalmente para adelante, y a mayor velocidad de la que lo había hecho nunca ¿Por qué no habría de pasar algo parecido ahora, que la gente está muchísimo mejor preparada que la de entonces, en todos los sentidos?
Y no digo que lo anterior, que me parece imprescindible por pura higiene social, fuera a resolver mágicamente el eterno marrón de los nacionalismos; pero sin duda contribuiría a su deslegitimación. Y no vendrían mal algunas otras ayudas complementarias, como que nuestros socios europeos se tomaran en serio la cosa y les expusieran a las claras a todos los balcanizadores que si se inventan un nuevo chiringuito la UE jamás les daría cancha, y que quedarían condenados a ser nuevas Argelias o Somalias durante décadas.
Que las mujeres pudieran votar no acabó con el machismo, pero fue un paso decisivo en la dirección correcta, y seguimos avanzando, aunque aún falte muchísimo camino por recorrer. Superar el nacionalismo, que la gente deje de mirarse tanto al ombligo y de inventarse victimismos y levante la frente, aún costará siglos. Sí, he dicho siglos. Pero soñando un poco más flojito, superar la actual fase crítica que nos aqueja podría conseguirse en apenas dos o tres generaciones (menos, imposible), si se toman ya las decisiones valientes que toca.
Nada contribuiría tanto a erradicar el cáncer de pulmón como conseguir que el tabaquismo fuera historia. Para eso también faltan generaciones, pero estamos dando los pasos correctos. En el primer mundo ya nadie fuma en los espacios públicos cerrados, y eso se consiguió porque ciertos políticos con coraje se atrevieron a promulgar normas restrictivas de popularidad cuestionable, pero imprescindibles. Si se hubieran limitado a abaratar las aspirinas y las pastillas contra la tos, lo mismo los fumadores habrían ganado algo de calidad de vida, pero el problema estaría en el mismo punto.
Decir que hay que cumplir la ley, mirushté, es lo mismo que decir que para acabar con el paro lo que hay que hacer es crear empleo: una obviedad vacua. Claro que hay que cumplir la ley; pero la ley ha de ser realmente aplicable —no se puede encarcelar a millones de independentistas activistas y confesos— y abrumadoramente aceptada por la sociedad.
Y tampoco vendría mal una separación total, efectiva y libre de sospechas de los tres poderes del Estado; o de lo contrario ni siquiera unas leyes tan modernas y popularmente aclamadas como las que me estoy dejando soñar podrían ponerse en práctica de forma duradera y efectiva.
Van 3.109 palabras ¿Os hago un resumen?:
La enfermedad del nacionalismo —amor enfermizo hacia lo propio— solo puede curarse viajando y con paciencia, y jamás con palos y sentencias.
Parece mentira. Si con veintidós había bastante ¿para qué tengo que castigar a nadie con otras tres mil ochenta y siete?
Lo mío es vicio, sin duda. Vicio de pensar, quiero creer. Y vicio compartido, ya que me estás leyendo…

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