jueves, 14 de agosto de 2014

Vienen tiempos mejores


Fuente: claseshistoria.com
Eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” es el bluf más comprado de todos los tiempos. Y no se debe tanto a que lo dijera Manrique (de niños a todos nos contaron que los que salían en los libros eran intrínsecamente respetables, ya fueran poetas, santos o guerreros), sino a que tal patraña nos alegra con frecuencia los días y las noches al común de los mortales. Acurrucarte en algún rinconcito y dejar que la nostalgia te meza; evocar aquel sabor, cuando los tomates y las manzanas sí sabían a algo; el tacto de aquel jersey, cuando la lana sí abrigaba; el calor de aquel brasero, aquella música que ya no se hace, aquel verano… Hace ya mucho que los psicólogos y los neurofisiólogos desentrañaron el ardid: el cerebro filtra el recuerdo, lo tamiza descartando todo lo áspero y magnificando lo placentero, de manera que el retrato distorsionado que terminamos conservando resulte impecable.
Lo anterior, en sí mismo, importaría bien poco, y podría considerarse un recurso supervivencial similar a la secreción de endorfinas para contrarrestar el dolor, o a contar ovejas para luchar contra el insomnio. Pero el problema surge cuando, como en tantas otras idiotas ocasiones, nos empeñamos en esa empatía compulsiva que nos hace creer que “los otros”, no son sino “otros yos”, y que lo que me aplica a mi es de aplicación universal. Así, no es que los veranos de mi infancia fueran mejores que mis veranos actuales, sino que el mundo entero de mediados del siglo pasado era mejor que el actual. Antes había más generosidad, menos egoísmo.
Antes todo era mejor. Y antes de antes, pues mejor aún, hasta llegar a una especie de Arcadia paleolítica en donde el bien era la norma y el mal la excepción.
Cada día, después de ver las noticias o de hojear –virtualmente- los periódicos, enarbolo la paráfrasis inversa de Punset: “Cualquier tiempo pasado, fue peor”, seguro de que ya falta menos para que la marea de la Historia se lleve a los monstruos de nuestro tiempo al mismo vertedero al que ya se llevó a los Jemeres Rojos, a las SS, al Ku Klux Klan, a la Santa Inquisición… En ese lóbrego agujero de nuestra memoria histórica ya tienen asignada su miserable plaza Boko Haram, Al Qaeda, ISIS, y todo el resto de cristalizaciones perversas que aquejan a la humanidad, sarampiones y viruelas al parecer inevitables en el marco de su proceso evolutivo. Pero cada vez son menos, creedme, y más limitada su capacidad de generar desgracia a su alrededor.


Ya sé que no se trata de un proceso lineal y sencillo, y los rodeos y retrocesos son más que evidentes, como lo demuestran el auge de los integrismos religiosos y de la homofobia, en ciertas regiones de nuestro fatigado mundo.

Se calcula que existen cerca de treinta millones de esclavos de hecho y varios centenares de millones de semi-esclavos funcionales.

En muchos países se sigue matando gente legalmente a mansalva, con las excusas más peregrinas. En otros tantos –con frecuencia, coincidentes con los anteriores- las mujeres siguen siendo consideradas un híbrido entre electrodoméstico y ganado sexual.


Pero la cosa va a globalmente a mejor, por increíble que a veces parezca. Y como reconfortante prueba, ahí van cuatro datos objetivos y contrastables:
-       En 1977, sólo 16 países habían abolido la pena de muerte. Hoy en día, superan el centenar.
-       La esclavitud era, desde que se inventó la escritura -y acaso desde Atapuerca- uno de los pilares de las sociedades humanas. Entre comienzos del siglo XIX y comienzos del XX, la esclavitud desapareció del ordenamiento jurídico, a nivel mundial.
-       Mi abuela, cuando nació, era un ser de segunda sin derecho a casi nada, incluido el voto. A su hija, de adolescente, le regalaron la condición de persona completa, y esa es hoy en día de largo la norma en la inmensa mayoría del planeta.
-       Hasta 1990, la homosexualidad era considerada por la OMS una enfermedad mental. En la actualidad en 16 países se permite el matrimonio homosexual, y la tolerancia a ese respecto gana terreno cada día.
De modo que alegrad esa cara. Y la próxima vez que os topéis con alguna nueva barbaridad intentad no dejaros llevar por la ira -reconozco que, a mí, a menudo me pasa- y recordad que, antes, era peor. Si lo lográis, caso seáis capaces incluso de esbozar una sonrisa, seguros de que vienen tiempos mejores.


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