lunes, 2 de marzo de 2015

Dios

Dios es un concepto, y por ello no existe como realidad independiente desligada de quien lo conceptúa. Acaso el Ser, todo lo que ha sido, es y será, encierre cierta voluntad. Acaso sea verdad que existe un Sumo Hacedor. O acaso lo sea que todo el espacio-tiempo y el resto de dimensiones de la realidad sean algo carente de origen y final, de por qué o para qué. Tanto importa: ninguna de esas opciones será Dios. Porque Dios es nada más y nada menos que un concepto. Como el amor. Como la libertad.
Libertad es para el esclavo su manumisión. Para el preso dejar atrás sus barrotes. Para el mendigo no tener que pedir. Para mí, disponer de tiempo para escribir estas cosas ¿Puede alguien creer o dudar de la libertad? ¿Cabe discutir sobre su existencia, realidad o irrealidad, bondad o maldad?
¿Qué diría un extraterrestre del amor? ¿Creería o negaría su existencia? Amor es lo que Romeo y Julieta sentían el uno por el otro. Amor es lo que Don Quijote sentía por Dulcinea y Cervantes por Don Quijote. Amor siente el rey de España por su patria española y Mas por su patria catalana. Y sin duda también era amor lo que Hitler sentía por su Gran Alemania. El amor de Herodes por su pueblo le impulsó a quitar de en medio a Jesús, ese peligroso revolucionario culpable de amar a toda la humanidad.
¿Cómo es posible que distintas versiones del mismo concepto constituyan argumento suficiente como para enfrentar a los hombres hasta la muerte? ¿Alguien se imagina a los seguidores del Amor Platónico alzados en armas contra los defensores del Amor Pasional, esgrimiendo cada cual que “su” Amor es el único verdadero, y que el “otro” es una absurda fantasía que debe ser erradicada?
Fuera de cada conceptuador los conceptos dejan de existir. No ya Dios o el Amor: una piedra es en sí misma una realidad diferente del concepto de piedra que tenemos cada uno. Además, los conceptos no son estáticos, sino uno en cada momento y para cada individuo. Y eso le pasa a todos los conceptos, no sólo a los que conciernen a temas transcendentes.  ¿Qué fue de la Tierra esférica, conocida en la Antigüedad, cuando en la Edad Media la sustituyeron por la Tierra plana?
Yo suelo pasarlo mal cuando alguien me pregunta que si creo en Dios, porque es obvio que lo que en realidad me está preguntando es si creo en su Dios; es decir, en su concepto de Dios (sea él o no creyente… para mayor ironía). Por eso, en lugar de extenderme en disertaciones que con toda probabilidad perderían a mi interlocutor, tiendo a responder con una frase atribuida a Buda (con el Sr. Siddharta Gotama tengo más de una profunda discrepancia, pero en esta ocasión –si es que realmente sucedió- estuvo genial):
“A mí lo que me preocupa es la infelicidad, y como evitarla para tener una vida plena. De los dioses prefiero no hablar, porque al final siempre se termina discutiendo”

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