miércoles, 28 de diciembre de 2016

Lo que nunca pasaría en un encuentro con extraterrestres

Tengo que reconocer que me encantan las películas de ciencia ficción, aunque lo cierto es que ese “género” es un inmenso cajón de sastre en donde se acaba metiendo casi todo lo que tenga cierto trasfondo futurista, por más que buena parte de lo que así se etiqueta sean aventuras de acción y fantasía. Y no es que esas no me gusten, desde La Guerra de las Galaxias (batallas épicas) a Blade Runner (cine negro), pasando por Alien (thriller de monstruos), o Avatar (western ecologista). Pero las que más me ponen son aquellas en las que la ficción científica adquiere auténtico protagonismo y los guiones se retuercen de forma inquietante. Me estoy refiriendo a 2001 o a Interestelar, y también a Matrix, Gataca, Doce Monos, Marte u Oblivion, cada una a su nivel.
Pues bien, sin nos centramos en las películas más inequívocamente adscribibles a este género, resulta curioso comprobar que casi todas giran en torno a uno o varios de los siguientes ejes: los viajes en el tiempo, las distopías y los encuentros con extraterrestres. Me propongo aquí hacer algunas observaciones a propósito del último de dicho ejes, aprovechando el reciente estreno de La Llegada (tranquilos, que no hay spoilers: aún no la he visto), aunque desde un ángulo poco habitual, con un pie en la ciencia y otro en la filosofía. No en vano esta entrada está clasificada dentro de la categoría “espiritualidad”. Ya veréis qué tiene sentido.
Encuentros con extraterrestres. Para empezar, para que eso sea posible tendría que haber alguien ahí fuera ¿Vosotros creéis que lo hay?
Imaginaros a dos hormigas, miembros de una colonia que ha tenido a bien prosperar en un tiesto de tu terraza, asomadas en el filo de la maceta mirado al horizonte. Si su cerebro fuera un poco mayor (el de una hormiga tiene alrededor de un millón de neuronas y el tuyo cien mil millones) y pudieran hablar, y una le preguntase a otra “¿Crees que allá afuera habrá alguien más como nosotras?”, no estaría haciendo un ridículo mayor que el que hacía yo en el párrafo anterior.
Durante milenios vivimos en nuestro tiesto, sin saber siquiera que había más tiestos en la terraza. Desde nuestra ignorancia fabricamos explicaciones a medida de nuestro minúsculo universo, y nos quedamos tan contentos porque las cosas parecían efectivamente cuadrar. La Tierra, plana y quieta, era el centro del cosmos, todo giraba a su alrededor, y el resto de los seres vivos eran rematadamente idiotas comparados con nosotros. La única interpretación razonable para todo aquello era que nosotros constituíamos una maravillosa singularidad, creada para reinar por alguna clase de ser superior, Causa Primera e Incausada, a la que nos inflamos a ponerle nombres y a atribuirle las cualidades que más nos cuadraban en cada momento.
Pero un día, una hormiga especialmente osada se lanzó a recorrer el infinito mar de baldosas que se extendía más allá de nuestro tiesto; y algunas semanas después regresó contando historias de otros tiestos que, al parecer, había en el flanco contrario del balcón. Allí había más hormigueros, cuyos habitantes también se habían considerado a sí mismos una maravillosa singularidad, hasta que, en una ocasión, el viento arrastró hasta ellos a una hormiga un tanto diferente, que les informó de que también había hormigas viviendo en el suelo del parque, al otro lado de la calle.
Generación tras generación, hormiga tras hormiga, fuimos ampliando nuestro universo. Tales, Aristarco, Tolomeo, Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, Einstein… Casi cumplido el primer cuarto del siglo XXI, nuestro conocimiento ha dado ya varios pasos en un territorio que está más allá de nuestro sentido común. Sabemos ahora que la realidad funciona a varios niveles, y que las leyes que rigen los objetos de nuestra escala no son de aplicación ni para las partículas elementales ni para el nivel astronómico.
Hoy en día sabemos también, y con datos constatados, que la Tierra es apenas una canica estelar más, que hay un número casi incontable de planetas ahí fuera (en la Vía Láctea varios cientos de miles de millones; y seguramente hay entre uno y dos billones —billones latinos, de los de un uno y doce ceros— de galaxias), de los cuales un porcentaje significativo son aptos para la vida. Porque el agua y el resto de elementos y condiciones necesarias para la vida abundan por los cuatro costados.
Nuestro tiesto no tiene nada de singular; y previsiblemente nosotros tampoco: si hay casi ilimitados planetas aptos para la vida, ésta estará presente en muchos de ellos; y si somos tan poco singulares, cabe suponer que la vida que se desarrolle en una buena parte de esos planetas siga reglas similares a las de la vida que conocemos, la cual es un proceso evolutivo que siempre tiende a lo complejo. De modo que aunque existan mundos habitados solo por microbios, gusanos y similares, habrá otros con seres realmente sofisticados. Y no conocemos nada más sofisticado que nuestro sistema nervioso y lo que de él se deriva: inteligencia, capacidad de modificar tu entorno, capacidad de soñar que eres una maravillosa singularidad… y también de viajar más allá de tu tiesto.
Resumiendo: hay trillones de planetas aptos para la vida, por lo que puede darse por seguro que en billones de ellos la habrá, y en numerosas ocasiones esa vida se habrá complicado hasta alumbrar seres inteligentes. Es deductivo, de acuerdo. Pero es blanco, está dentro de una botella y no es horchata ¿No será leche…?
Hay gente que se ha dedicado a intentar calcular lo anterior con rigor científico. Es la famosa Ecuación de Drake, y sus mil variantes y evoluciones (dejo un enlace a la Wikipedia para quien quiera curiosear). Pero las cuentas que echan son las del barquero, y mientras para algunos debe haber por ahí no más de diez civilizaciones extraterrestres contemporáneas a la nuestras, para otros son miles de millones. Ahora bien, lo que parece cada vez más asumido es que no se trata de un albur: allí fuera hay vida y hay “gente”; aunque no sepamos ni cuánta ni dónde.
Segunda cuestión: ¿podrían venir a vernos?
Esto es mucho más peliagudo que lo anterior. A la humanidad, oh maravillosa singularidad, le ha costado 200.000 años llegar a la Luna, que está aquí al lado. Nosotros aún no, pero nuestros trastos han conseguido incluso salir del sistema solar, lo que para las hormigas de nuestro cuento equivaldría a decir que hemos bajado del tiesto y cruzado la primera baldosa. Nos faltan otras cuarenta y nueve para llegar al tiesto de enfrente; pero puede que cuando lleguemos no demos con nadie, porque nunca haya aterrizado allí una reina preñada o porque la colonia que en él existió en su día ya haya desaparecido cuando lleguemos.
Seamos realistas: ni nosotros, ni nuestros hijos, ni probablemente los nietos de nuestros tataranietos lleguen en persona al planeta más cercano en el que poder coincidir con una civilización extraterrestre. Dentro de 15 años —tendré 72— estaré pegado a la tele para ver al primer hombre pasear por Marte, como hice en el 69, levantándome de la cama de madrugada para ver a Armstrong pisar la Luna. No será mucho después cuando nos lleguen datos desde las sondas que mandaremos a atravesar los geiseres de Encelado y Europa, que nos confirmarán la existencia de vida microbiana en sus océanos. Pero poco más. El conocimiento científico —y la técnica que de él se derivarán— necesarios para conseguir que pongamos artilugios en Próxima b, el planeta potencialmente habitable más próximo (está a “solo” 4 años luz de la Tierra; o lo que es lo mismo, a 40 billones de kilómetros), aún tardará siglos o milenios en alcanzarse. Con las máquinas que ahora tenemos tardaríamos decenas de miles de años en llegar. Consecuentemente, los “humanos” que se conviertan en viajeros interestelares no seremos nosotros, sino unos descendientes nuestros que a saber cuántas modificaciones habrán incorporado. No me estoy refiriendo a idioteces como que tengan manos con doce dedos o un ojo en medio de la frente (no abordaré aquí el espeluznante tema de los híbridos humano-máquina, aunque puede que algo de ello sí haya), sino a cosas infinitamente más sutiles… pero sustantivas.
Vamos a pensar en quiénes podrían venir a vernos, y a qué, tomándonos a nosotros mismos como referencia, pero asumiendo que los “hombres” que podrían hacer un viaje como ese a ver a sus vecinos serían nuestros descendientes remotos ¿Cómo sería esa gente?
El conocimiento no es una cosa aislada, y la evolución de la humanidad, tampoco. En paralelo al avance de la ciencia ha ido siempre el progreso de la técnica, y de la mano de los dos las estructuras sociales y la propia dimensión intelectual/emocional/espiritual de los individuos. Los egipcios o los romanos disponían de un nivel de desarrollo global impresionante; pero no tenían ni siquiera máquinas de vapor —no digamos ya ordenadores o aviones— de la misma manera que tampoco tenían ni vacaciones pagadas, ni seguridad social ni derechos de la infancia. Todo va parejo, y aunque las cosas tarden un mundo en prosperar (aún hay niños esclavos, por citar un ejemplo global y obvio), lo acaban haciendo. Alabado sea Punset y su certero y demoledor mensaje: cualquier tiempo pasado siempre fue peor.
Al margen de que las hecatombes sean literaria y cinematográficamente muy eficaces, estoy absolutamente seguro de que no nos dirigimos hacia la autodestrucción, ni muchísimo menos. No entraré aquí en detalles al respecto, o esta entrada acabaría siendo eterna, pero como  botón de muestra os dejo aquí un link a otra entrada de este blog, en la que hablo del Cambio Climático.
El futuro a corto plazo, como una década o incluso un siglo, puede intuirse y no será demasiado distinto del presente. Pero pensad en plazos mayores, mil años, diez mil años… ¿A dónde no habrá llegado entonces el conocimiento científico y la técnica derivada del mismo? Los problemas energéticos serán historia, como las enfermedades y hambrunas medievales. Y una vez resuelto el problema energético, quedarán automáticamente resueltos los problemas de contaminación y alimentarios, que al desaparecer se llevarán igualmente al recuerdo la inmensa mayoría de los problemas sanitarios. Coged el área temática que queráis y metedle cien o doscientos siglos de evolución. Aquella gente, nuestros descendientes, es imposible que sean como nosotros.
Imaginad un mundo en el que la bioteconolgía alcance tal desarrollo que la gente realmente no envejezca, que todo deterioro pueda ser frenado. La duración de la vida de esos seres podría ser de siglos, o incluso de milenios, hasta acabar… ¿cuándo y por qué habría de acabar? ¿Por accidente, y solo en casos excepcionales? ¿Por cansancio y aburrimiento, tras miles de repeticiones de todo lo potencialmente interesante? ¿Y si la biotecnología también tiene cómo combatir el cansancio y el tedio? ¿Podrían ser nuestros remotos descendientes prácticamente inmortales? Si eso llegase a suceder ¿qué tipo de principios éticos y morales tendrían? Sin duda no serían los nuestros, en los que el miedo a la muerte y el terror a dejar de ser lo condicionan absolutamente todo. También el miedo al dolor propio y la empatía con el dolor y la muerte ajena. Pero si tales cosas desaparecieran, o prácticamente desaparecieran, ¿qué clase de ética regiría a esos individuos?
¿Qué religiones o perspectivas espirituales tendría esa gente? La codicia, por citar algo muy sencillo, tiene que ver con las ansias de tener del que no tiene, y sabe además que la vida es corta. Pero si tu tiempo es prácticamente infinito, ¿para qué ser codicioso? La cuasi-inmortalidad lo mismo volvía a todo el mundo budista.
Intentad concebir la siguiente escena: en las navidades del año doce mil dieciséis, nuestros n-nietos, cuasi-inmortales, en sus naves inimaginables (seguro que ni remotamente se parecerían a trasatlánticos ni a aviones de combate), tras plegar el espacio-tiempo viajan a contactar con la civilización X del planeta Y, en la galaxia Z, a mil años luz de distancia ¿A qué os imagináis que podrían ir? ¿A invadirlos, a quitarle sus riquezas, a parasitar el planeta? Por favor…
Una pequeña cuña: no estoy tratando aquí el tema OVNI porque, aunque no lo parezca, es colateral y tremendamente complejo, y si me enredo con eso me distraería del asunto principal. Pero baste señalar que, aunque el 99% de los ovnis avistados puedan explicarse de un modo u otro, el 1% restante suma una ingente cantidad de realidades constatadas y aún no aclaradas. Podrían ser naves extraterrestres, cierto; aunque me inclino a pensar en otras posibles alternativas —que acaso algún día intente abordar en este foro— por la misma razón que adelantaba en el párrafo anterior y que continúo abordando en el siguiente: una civilización tan increíblemente avanzada como para realizar viajes interestelares… ¿podría ser avistada “por sorpresa”, en un descuido, mientras recolectan lechugas a lo ET, o abducen infelices a lo Encuentros en la Tercera Fase? Si quisieran hacerse públicos lo tendrían facilísimo. Y lo cierto es que aún no lo han hecho.
Dejemos pues a los ovnis para otra ocasión y continuemos con la miga de esta historia: suponiendo que existan civilizaciones extraterrestres hiperavanzadas capaces de hacer viajes interestelares, ¿para qué querrían venir a vernos?
Si viniera alguien a vernos sin duda lo haría desde muy lejos. Su conocimiento de la realidad tendría que ser apabullante, comparado con el que nosotros hemos conseguido hasta el momento. Solo así habrían podido fabricar agujeros de gusano, máquinas de teleportación cuántica, sillas con las que cabalgar agujeros negros, o la locura que sea la que se necesite hacer viajes interestelares, los cuales para nosotros son tan imposibles como lo eran para los neandertales los viajes en avión ¿Alguien se puede creer que una gente como esa iba a venir hasta aquí para hacer la guerra, para robar nuestra agua (una de las sustancias más abundantes del universo), para interferir en nuestras rencillas políticas o cualquier otra idiotez similar? ¿Alguien puede creer que el desarrollo científico/tecnológico de esos seres podría haber tenido lugar sin una paralela evolución psicológica, emocional, moral, espiritual…?
Stephen Hawking, entre otros, defiende que, si algún día una civilización extraterrestre viniese a la tierra nos tratarían como a simples bacterias. Yo pienso que el sabio —nadie podría dudar que lo es— se equivoca total y absolutamente: la única razón relevante para que una civilización extraterrestre viniese a la Tierra somos precisamente nosotros. El resto, el agua, todos los materiales que conforman nuestro planeta e incluso la propia vida que sustenta en su conjunto, es con toda probabilidad algo tan vulgar y abundante que jamás justificaría un viaje tan largo. Pero nosotros sí. Y no porque seamos una realidad única (de ello dan fe nuestros visitantes), pero sí poco común. Porque ¿sabéis lo que somos?:
SOMOS LA TIERRA, SU MÁXIMO FRUTO: POLVO DE ESTRELLAS CONSCIENTE Y CAPAZ DE AMAR, QUE SE ASOMA AL COSMOS PARA INTENTAR ENTENDERLO Y ENTENDERSE.
Desde esa perspectiva, planteamientos como los de 2001, Interestelar o Contact, me parecen plausibles, mientras que los de La Guerra de Los Mundos, Independence Day, etc., etc., etc., totalmente inverosímiles. Mejor, ¿no?

¡FELIZ AÑO A TODO EL MUNDO!

2 comentarios:

  1. A pesar de que en numerosos documentales aparece un científico presentador con cara (yo diría incluso que de "enterado") de saberlo "casi todo",como pueden ser las dos versiones de "Cosmos" (excelentes series,aún así),lo cierto es que del universo sabemos muy poco.Dice el autor de este agradable blog que está "constatado" la existencia de varios billones latinos de galaxias, cuando existen teorías (sólo eso, teorías) que hablan de que estamos en un salón lleno de espejos.Eso sí, detrás de un espejo hay algo...o tal vez,no.Si es que no tenemos ni idea!!. Otra cosa son los extraterrestres.Muchos testimonios pueden ser ciertos... pero no de una civilización extraterrestre de millones de años luz,sino del interior de nuestro planeta,del que por mucho que la comunidad científica diga que no hay nada más que extremas temperaturas calientes, nadie ha estado allí (en el interior de la tierra) jamás.Tampoco digo que haya océanos y dinosaurios,como en la inolvidable novela de Julio Verne,sino (insisto!!) que no se sabe.Como tantas y tantas otras cosas.Mas poético:lo que sabemos que no sabemos.Alberigo CARACCIOLA.Los Boliches MÁLAGA).

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