En un universo paralelo, sumamente improbable aunque no imposible, soy
invitado a hablar ante el Congreso de los Estados Unidos de América en calidad
de Mente Inquieta con Perspectiva, para formularles una pregunta que acaso
pueda ayudarles a reflexionar.
Senadores, Representantes, Señor Presidente. Antes de formular mi pregunta,
permítanme que la contextualice ¿Cuántos siux hay en la sala? ¿Y apaches?
¿cheroquis? ¿navajos, pueblo, chippewa, potawatomi, creck, chotaw, comanches,
cheyene…? ¿Ninguno? En el año 1800 vivían en este país poco más de seis
millones de personas, incluidos seiscientos mil indígenas. En 1900 setenta y
cinco, y ahora más de trescientos veinticinco millones, de los que apenas dos y
medio son nativos norteamericanos, ninguno de los cuales, por cierto, tiene
aquí representante de su propia cultura ¿De dónde creen ustedes que procede su
masa poblacional? ¿Cómo es posible que no se den cuenta de que todos ustedes, todos,
son emigrantes, o a lo sumo bisnietos de emigrantes? ¿Cómo es posible que hayan
olvidado que la inmensa mayoría de sus antepasados —no tan lejanos— de origen
inglés, italiano, irlandés, afroamericano (permítanme la licencia; de la esclavitud ya hablaremos otro día), francés o español, eran gente
valiente y emprendedora, pero en su mayoría pobres y analfabetos?
Una vez centrado el asunto, ahí va mi pregunta: ¿Cómo es posible, almas de
cántaro, que consideren a los actuales emigrantes una amenaza, en lugar de una oportunidad,
si todo lo que les ha llevado a ser lo que son procede de oleadas de emigración
mucho más masivas, caóticas y de gentes menos preparadas de las que ahora les
piden una oportunidad…?
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