lunes, 8 de diciembre de 2014

Secuelas de la esclavitud (II)


En vista de la buena acogida que tuvo la entrada anterior, en la que a cuenta de un lamentable suceso de flagrante injusticia racista aproveché para hablar de los ecos que aún perduran de los tiempos del esclavismo; y en vista también de que otro hecho muy similar acaba de producirse, voy a dedicarle un rato más al mismo tema, que sin duda lo merece.
El hecho en cuestión ocurrió igualmente el verano pasado, aunque en este caso no fue en el profundo Medio Oeste, sino en la más cosmopolita de las urbes de ese país de cuyo nombre sigo intentando no acordarme. Pero da igual, todo es tremendamente parecido: un suceso menor, irrelevante, a lo sumo una falta administrativa, y un policía que se crece, como si se sintiera el protagonista de una película de Satallone o de Chuck Norris, se deja ir, y acaba matando. Meses después, y aplicando sin duda escrupulosamente una legislación manifiestamente injusta, al salvaje de turno se le considera, otra vez, totalmente inocente. No sé cómo cerrarán la cosa, si determinando que el pobre infeliz que murió ahogado en realidad se suicidó apretando su cuello contra el brazo del policía, o si que casualmente falleció en ese momento por sus malos hábitos, sin que su estrangulamiento tuviera nada que ver en el asunto.
Ah, sí: de nuevo el policía era blanco, y el muerto negro. Qué curioso, ¿verdad?

Aquí al lado, en Barcelona, hace unos meses pasó algo parecido: un suceso menor, una intervención policial excesiva, y un muerto. Obviamente se está instruyendo un juicio, y hay 4 policías imputados por homicidio. Acabe la cosa como acabe –se piden 11 años de cárcel; se alega que fue un desgraciado accidente- como mínimo, se toma el asunto en serio. Y sí, tanto los policías como el muerto eran blancos; pero no tiene nada de extraño, pues por estas tierras andamos escasos de negros. Racismo sí tenemos, aunque distinto, porque la gente de otras razas es en nuestra sociedad una recién llegada, y los únicos “diferentes” con los que hemos tenido contacto regular han sido gitanos y marroquíes. Y las reticencias, el rechazo, esa mezcla de escepticismo y miedo que siempre se tuvo hacia ellos, estoy convencido que tiene mucho más que ver con una cuestión meramente económica que cultural: ¿qué problema pueden suponer los alemanes, americanos o japoneses, si son gente rica, civilizada y culta… por más que su cultura no sea la nuestra? Ahora bien, los pobretones analfabetos que vienen a trabajar —si pueden— en lo más básico, porque son tan burros que no dan más de sí; y que si no consiguen trabajo lo mismo se dedican a robar… esos son otra cosa. Y como resulta que la mayoría de ellos son sudamericanos o marroquíes (los subsaharianos son recién llegados, y aún pocos), pues ya está hecha la asociación de ideas.
Como ejemplo de mi teoría del racismo económico español cabe citar el caso de los “jeques árabes”: hace ya décadas que la clase alta de diversos países árabes escogió España como territorio de ocio y negocio, y por aquí eso no hizo sino celebrarse, considerando una buena noticia la llegada de gente tan rica y peculiar, de la que sin duda se podía sacar tajada —y se sacó— ¿Racismo hacia ellos?: en absoluto. Ahora bien, hacia el desarrapado que desembarca de la patera o el que salta la valla de Melilla, y que anda por ahí quitando trabajo a los españoles necesitados, chupando injustamente de nuestros beneficios sociales… a ese, ni agua: que se vuelva a su país. Es entonces cuando el árabe se convierte en moro, y el hermano hispanoamericano en sudaca.
Hay muchos tipos de racismo, y cada uno de ellos obedece a complejas causas históricas que sería ingenuo y soberbio intentar esclarecer aquí en cuatro renglones. Pensemos en las prevenciones, reticencias o animadversiones existentes entre chinos y japoneses, entre indios y paquistaníes, entre hutus y tutsis… En unos casos lo más decisivo es el peso de la historia, en otras las diferencias culturales o religiosas. La cosa, tal como yo la veo, sigue el siguiente proceso:
1.- El “diferente” no es en principio ni bueno ni malo, y sólo causa curiosidad.
2.- En el momento en el que algún “diferente” ocasiona algún problema, y como mecanismo social preventivo que nos llega arrastrado desde los tiempos de las cavernas, se etiqueta a todos los relacionados con el causante del problema como “potencialmente peligrosos”.
3.- Para facilitar la defensa frente a esos “diferentes”, que han dejado de ser objeto de nuestra curiosidad para convertirse en “potencialmente peligrosos”, se busca aquello que posean que sea más notorio y diferente; y si tienen algún rasgo racial que los diferencie de “los nuestros”, pues perfecto.
4.- Ahora, y para garantizar la seguridad de nuestro grupo, se cosifica a conciencia a los diferentes, que dejan de ser individuos, personas, gente como tú, pasando a convertirse en una realidad siniestra y uniforme a la que se le cuelga una nueva etiqueta, como “sudaca”, “moro”, “chino”, “negro”, “indio”, “judío”. etc.
Sólo como ejercicio, os adjunto varios retratos correspondientes a personas de “grupos étnicos” tradicionalmente enfrentados. ¿A que no es tan obvio quién pertenece a cada grupo?
Empecemos por un palestino y un judío (ya sé que los hay más feos; pero estos dos también valen, y así le quitamos un poco de plomo al asunto —¿verdad, chicas?—, que ya tiene bastante).
Fuentes: joaoleitao.com y depenalty.es
Vamos ahora con una japonesa y una china
Fuentes: asisucede.com y diariouno.com.ar
Sigamos con un español y un marroquí
Fuentes: fanoos.com y listas.veinteminutos.es
Ayub es central en el equipo de fútbol de mi hijo —y es un buen central— y Kristian es el máximo goleador. No sé qué clase de monstruo habría que ser para odiar a alguno de esos dos chavales. Pero si cogemos a Ayub Aamart y a Kristian Krasimirov y les desposeemos de su humanidad, si los convertimos simplemente en un moro y un ruso, todo pasa a ser más fácil. Así, las muertes de Michel y Eric dejan de ser una tragedia y se convierten en un engorro, cuando les quitamos su condición de personas y los convertimos en dos negros. Pero ¿cómo es posible que pase algo así? En Brasil me contaron un asqueroso chiste racista que puede ayudar a entenderlo. Y que conste que quien me lo contó no era precisamente blanco: “¿Qué es un blanco corriendo?: un deportista”; y ¿un negro corriendo?: un ladrón”.
El Gran Jurado es una figura clásica del Sistema de Justicia Penal del país del que fueron ciudadanos Michel y Eric, y procede del derecho británico. Lo conforman 23 ciudadanos (ojo al dato: ciudadanos, no técnicos ni profesionales del Derecho), y a ellos les corresponde, entre otras funciones, estudiar las pruebas incriminatorias que pesan sobre presuntos responsables de delitos importantes, para decidir si éstas son consistentes y el sospechoso en cuestión debe ser juzgado o no. Si un negro, en el país probablemente más mestizo del planeta, me contó el chiste anterior… ¿qué chiste no podrían contarme en el país de Michel y Eric? ¿No es razonable, consecuentemente, cuestionar la imparcialidad del Gran Jurado?
En España llevamos algún tiempo intentando implantar el jurado como parte de nuestra maquinaria procesal, y aún no lo hemos conseguido del todo, pues aunque se reserva para casos muy singulares y teóricamente poco técnicos, la participación del jurado nos han sorprendido más de una vez con veredictos absurdos, parecidos a las absoluciones de los que mataron a Michel y a Eric. Pero la cosa es aún peor, pues el hecho de que intervengan solo profesionales del Derecho tampoco garantiza una “justicia imparcial y universalmente aceptable”. Así, el poderoso y rico es capaz de promover acciones de defensa que acaban por embarullar y matizar de tal manera las cosas que los juicios se demoran de forma desesperante, terminando en ocasiones en sentencias ridículamente leves, como las de estafadores de fortunas u homicidas que acaban pasando por la cárcel apenas fugazmente.
De modo que la “justicia imparcial y universalmente aceptable” —las comillas las pongo para etiquetar un concepto general que supongo existirá… aunque no sé si se llamará así (ya lo sabéis: soy biólogo)— no es algo sencillo, ni queda garantizada por el hecho de que sean profesionales del derecho o ciudadanos de a pié los que tomen las decisiones.
Pero intentemos regresar al arranque de esta entrada, para que no se acabe haciendo eterna, como tiende a ocurrirme.
A mi entender, el prejuicio racial, aunque sea obviamente una simplificación consistente en etiquetar a la gente en función de su “etnia”, parte de algunos hechos ciertos y constatables. El círculo vicioso y diabólico, al que yo le añado una causa primera y fundamental, sería el siguiente (esta generalización se refiere a América):

Para destruir ese círculo infernal el único punto razonable de ataque es el primero: si se consigue que determinado colectivo salga de la ignorancia abandona la miseria, y entonces todo el proceso se desmorona, desde el hecho objetivo de que de allí surjan más personas conflictivas hasta el que la sociedad en su conjunto estigmatice a ese grupo.
En una próxima entrada prometo seguir contribuyendo a arreglar el mundo. Y creedme que se puede. De hecho, se va pudiendo… aunque como siempre más despacio de lo que nos gustaría. Os adelanto un par de ideas sobre las que pienso volver:
  • En Brasil hace ya tiempo que funciona la denominada “Bolsa familia”: en comunidades misérrimas, se les “paga” a las madres —son más de fiar que los padres— para que sus hijos pequeños vayan a la escuela. De ese modo, los niños adquieren al menos una formación básica, y las familias tienen para comer sin que los niños tengan que dedicarse a trabajar, mendigar o robar. La medida se tacha de paternalista y de cosas peores; pero lo cierto es que está funcionando, y la aplicación de medidas de ese tipo ha sacado ya a millones de brasileños de la miseria.
  • Un poco más abajo, un presidente tachado de loco ha promovido en su país la despenalización total de la marihuana. ¿Podéis imaginaros el impacto que podría suponer, a nivel planetario, si las drogas dejaran de ser una opción lucrativa; si los chavales que viven en la pobreza absoluta no tuvieran otra opción para abandonarla que formarse y trabajar, en lugar de disponer del atajo si retorno que es hoy en día para ellos la opción de las drogas…?
Lo dicho; pronto, más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario